Hubo un tiempo que fui hermoso

Navegando sin pudor entre el mundo de los muertos encontré a Fabián Casas rememorando, durante el velatorio de Sabato, cuando era un pibe de once años y telefoneó al autor de Sobre héroes y tumbas porque no entendía la novela. «En ese momento me perturbaba el libro y no lo entendía, quedamos en vernos pero nunca más lo llamé». Casas, siendo un poeta imprescindible para comprender la literatura de los noventa, no tiene relevancia en este post. Lo traigo a cuento como digresión personal, porque es un autor que abre el panorama de visión de las mentes snobistas a rasgos insignificantes de la fascinante cotidianidad, con seísmos ridículamente filosóficos como Paso a nivel en Chacarita; y porque yo también leí Sobre héroes y tumbas cuando tenía catorce años, una mañana que amaneció dañado el Nintendo.

Mi primo, de paso por la ciudad, había dejado su morral sin candado y empecé a leer la novela con pocas pretensiones y de forma desordenada. Fue el primer libro que robé. El primero de muchos que nunca devolví. Mi madre estaba feliz en su ignorancia de los verdaderos motivos de mi nuevo pasatiempo y nunca advirtió la consola dañada regocijada en su orgullo materno. ¿Quién era yo para desilusionarla? El ser humano suele distraerse fácilmente pero ahora nadie tiene tiempo para nada. Que alguien pueda completar 32Horas jugando World of Warcraft, me parece fascinante. Armar una y otra vez el Cubo de Rubik, hacer veintiuna con un balón, entrar a facebook, estudiar una lengua muerta y memorizar los Pokémons, son actividades de suma inutilidad que la gente practica por el más puro amor. Al igual que coleccionar muñecas inflables o transpirar todos los días sobre una tabla de cuatro ruedas, existen un sinnúmero de actividades ridículas que despreciamos arbitrariamente fingiendo ser hipsters satisfechos. Empero vivimos infinitos en los absurdos círculos del aburrimiento.

O ¿quién puede afirmar que no se aburre nunca?

Nuestra tendencia al ejercicio de actividades grupales y solitarias evidencia esa hermosa capacidad para fijar la atención en pequeñas cosas ―como observar niños en el parque o tejer una bufanda― y, en perspectiva, esta disposición para enamorarnos del arte. Porque de las novelas, películas y discos, no depende nuestra supervivencia. Sin embargo existen cosas que nos parecen particularmente bellas y no podríamos vivir sin ellas; aunque con el tiempo terminan relegadas al baúl de los caprichos.

Como les decía, empecé a leer Sobre héroes y tumbas una mañana que se descompuso la Nintendo. Leí esa novela pero como si no; tal vez nunca la terminé. No estoy seguro, ¿la leí? Oh… que duda atroz, diría Sabato. Hay que ser francos. Superando el groupierismo adolecente que implica leer a Sabato en la indiscriminada pubertad existencialista, el escritor argentino resulta, dentro del carácter metafísico de su obra, un apologeta de lo atroz. Con la perspectiva que dan los años, sus novelas terminan desarticulándose en imágenes chambonas de escritor amateur y analogías insignificantes de observaciones triviales. En Sobre héroes y tumbas encontramos frases apoteóticas como esa de “un bote a la deriva en un gran lago aparentemente tranquilo pero agitado por corrientes profundas” y la prominente “Sentí que una caverna negra se iba agrandando dentro de mi cuerpo” de su otra novela, El túnel. Imágenes que su momento resaltamos en verde y ahora miramos con extrañeza.

Claro que también hay observaciones maravillosamente logradas que resumen todo el existencialismo kafkiano de la época y justifican sus novelas. “Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración”. Pero son imágenes sueltas que en el desarrollo de la trama pierden vigorosidad y se derrumban abruptamente. “Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración. Bastaría un hecho para probarlo, en todo caso: en un campo de concentración un ex pianista se quejó de hambre y entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva”. La relectura de Ernesto Sabato deja un nudo en la garganta ―lo que antes gustó ahora nos consterna― y evidencia su marcada tendencia a manchar los sucesos con indelebles tintas de atrocidad; como si sus novelas buscaran desesperadamente sobresalir a la etiqueta de moda. El existencialismo. Veamos.

En El túnel narra la historia de un pintor atormentado que mata la única mujer que comprendía la razón de su existencia. Informe sobre ciegos ―que en realidad es un fragmento de Sobre héroes y tumbas― empieza con una pregunta retorica amañada. «¿Cuándo empezó esto que ahora va a terminar con mi asesinato?» Y con Hombres y engranajes termina de exponer su perorata taciturna sobre el inminente futuro de la humanidad. Como vemos, Sabato nunca subestimó el valor del sufrimiento y es aquí donde engancha lectores, a través  de personajes complejos como Juan Pablo Castel, llenos de miseria, relaciones destructivas y parricidios, que rehuyen la frivolidad de la anécdota y se desnudan para que el autor se adentre en las profundidades del abismo moral. Eso debe reconocerse.

Porque pegarle a Sabato es fácil. Uno no puede escribir una novela de barrio y elaborar diálogos tan solemnes como las conversaciones de Borges y Bioy. Para la muestra baste esa mítica escena de Martín vagando por la Plaza Lezama. “Se sentó en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneció sin hacer nada, abandonado a sus pensamientos: ‘Como un bote a la deriva en un gran lago aparentemente tranquilo pero agitado por corrientes profundas’, pensó Bruno”. Cómo putas un ser humano normal elabora una frase tan larga y falsamente filosófica ¿ah? Sobre todo cuando el marco de la narración es costumbrista ¡Por dios! Es el mismo peldaño con el que tropezamos en la relectura de Rayuela, llena de conversaciones tan sensacionales como inverosímiles. Licencias poéticas que impresionaron nuestras mentes juveniles ―ávidas de emoción y reflexiones distintas sobre el amor, el mundo, la literatura y los seres humanos―y que ahora no nos dicen absolutamente nada.

Además, el dream team de escritores argentinos se regodea en el facilismo de arrojar piedras contra Ernestico. Bioy cuenta una anécdota significativa. “Conocí a Sabato poco después del 40. Sé que en esos días Borges y yo habíamos publicado Seis problemas para don Isidro Parodi y sé que yo vivía en la casa de la calle Coronel Díaz. Sabato me pareció una persona de inteligencia activa —como Ricardo Resta de quien se aseguraba «piensa todo el tiempo»— y eso me bastó para recibirlo como a un amigo. De vez en cuando Sabato se permitía, a la manera de apoyo, pedanterías infantiles, que molestaban a Borges (…) De todos modos, Sabato me parecía digno de estímulo y convencí a Borges (lo convencí superficialmente, para nuestras conversaciones de entonces) de que Sabato era inteligente. Se me ocurre que Borges no creía en esa inteligencia cuando estaba solo o con otros amigos. Silvina, por su parte, fue aún más difícil de persuadir”. La cosa es que ―según parece― Borges y Bioy, al reunirse, eran la Tola y Maruja de nuestro tiempo.

Pero Aira decía algo mucho más significativo cuando le preguntaban por Sábato y Cortázar. “Bueno, a Sabato no lo hemos tomado nunca muy en serio. Y sorprende un poco que alguien se lo pueda tomar en serio. Es un señor que tiene aristas muy risibles: esa vanidad, el malditismo… Malditismo que no coincide con su personalidad. Es un señor perfectamente racional que juega al maldito. Así, se ve obligado a escribir constantemente en sus textos la palabra angustia, la palabra dolor… y claro, eso no funciona”. Dicen por ahí en los bares  (?) que Di Benedetto y Foguet, metafísicos ambos,  también hablaban mal del tipo; pero no me consta. Pligia y Pauls solían hacer chistes en su nombre; eso sí me consta. Lo cierto es que después de pertenecer a la izquierda le escupió en la cara a Lennin y después de renegar de Dios se casó por la iglesia. Actitudes muy acordes a esta semana tan movida donde un Papa exmilitante de las Juventudes Hitlerianas beatificó un Papa perseguido por la Gestapo y un Premio Nobel de Paz ordenó matar a sangre fría un terrorista yihadista.

No sé qué le ven a Sabato; si Jesuscrispi me escucha, le cambio a Bioy por Sabato. En realidad Cortázar debió vivir esos 99Años. Ernesto fue una figura emblemática de la literatura argentina y figura en la memoria colectiva de los estudiantes de Letras como un nombre rimbombante y no como autor indispensable. Hablamos bien de él porque ganó el Premio Cervantes y se piensa que leyéndolo cumplimos un deber con nosotros mismos. Es como el experimento de los monos y las bananas del que nos habla el Chiri. “Pones a seis monos en una jaula grande. En el medio de la jaula una escalera. Arriba de la escalera seis bananas. Cuando un mono quiere subir la escalera, les tiras chorros de agua fría a los monos que están abajo. Si otro mono quiere subir, otra vez manguearas a los de abajo. Entonces los monos ya no dejan subir a nadie. Después sacas a un mono y pones otro mono nuevo. Los demás no lo dejarán subir la escalera. Sacas a otro mono viejo y pones un segundo mono nuevo. Y así hasta que los seis monos son nuevos. Estos seis monos nunca vivieron la experiencia de la manguera, pero de todas formas no suben a buscar la banana. No saben por qué. Pero no sube”. En ese orden de ideas, nadie critica a Sabato porque le gustó en la juventud y se sintió moralmente identificado. Pero quien se casó con Sabato fue Matilde. A nosotros quién nos obliga a dormir con él toda la vida ¿ah?


9 respuesta a «Hubo un tiempo que fui hermoso»

  • Depp

    Bueno, pues alguien tenía que quitarle la mascara ¿no? Yo tampoco me paso a los petardos universitarios con sus novelitas de Sabato bajo el brazo. La sobreactuación de este señor es indiscutible y su muerte no puede ocultarla. A mí también me gustó en la ingenua pubertad pero tras la primera relectura instintivamente empezó el parricidio. La cosa empeoró con los años y ahora va y se muere este señor… ¡qué estamos pagando!

  • Alejandro Gomez

    Ernesto Sabato es mi ídolo y me parece el colmo que llames adolescentes pueriles a personas que profesar cierto respeto hacia la obra de uno de los autores más importantes de los últimos siglos sòlo porque a ti no te gustan ciertos aspectos de su literatura. Madura ya por favor.

  • karla F. Cuadro

    A mí también me choca el esnobismo de cwppertino ¿acaso no es cliché citar al señor Borges para resaltar los rasgos negativos de don Ernesto? Pero no creí que a alguien le quitara el sueño las opiniones de este blog… así queda automáticamente demostrado el «groupierismo adolescente» y lo patético del mismo.

  • Cwpper

    En realidad estaba citando a Bioy, incomparable escritor argentino que sí abordó temas serios, complejos e inmortales del la existencia, y lastimosamente se perdió en el tiempo por culpa de autores posudos como don Ernesto.

    Bioy: Sabato se ha proclamado el Dostoievski argentino.

    Borges: …por cierto que Sabato, con su escaso Túnel, no es un facsímil de Dostoievski.

    Bioy: …Sabato también desaparecerá, sin dejar rastro, después de la muerte. Es curioso el caso de Sabato: ha escrito poco, pero ese poco es tan vulgar que nos abruma como una obra copiosa.

    Borges: Nunca le tuve afecto.

    Sayonara kakarotos.

  • Diego

    No les perece que Cwpper es un riquillo con tristezas?

  • Cataliina Blanco

    Ay que riko, también lees Orsai, yo amo a Hernán y el Chiri, y acabo de recibir el Número 2 espero que escribas algo. Me encanta tu blog y los tweets de autobombo… el último fue hermoso, de veras.

  • Don Isaza

    Qué pasó señor Cwpper, quedamos a la espera de que actualice el blog.

  • Cwpper David

    Cataliina ¿quién no se enamoró del Gordo Casciari? Te envidio bastante; tuve que leer el Número2 en PDF pues los putos con los que me encargué el pack quedaron mal. Abraza la revista por mí. Gracias.

    Don Isaza, fue una semana de fiesta, música, sexo, promiscuidad, licor y demás estereotipos tontos de la gilada… y si algo aprendí de mi vasta y asombrosa experiencia juvenil con la resaca es a no escribir tras cuatro días de rumba.

    Hasta el viernes.

    Sayonara.

  • Chino

    Piglia admiraba a Thomas Mann, Mann elogió a Sabato, Aira a Gombrowicz, Gombrowicz afirmaba que Sabato era uno de los más grandes en América latina. También fue elogiado por Camus, Neruda, Saramago, Bolaño, García Marquez, Marechal, Roa Bastos, Greene, Magris, Vargas Llosa, Juanele Ortiz, Quasimodo, Castillo, Di Benedetto entre otros. Estuve en España y Alemania, se lo sigue estudiando allí a Sabato. Creo que hay mucho boludo que habla de literatura como si se tratara de fútbol.

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